17 de abril de 2012

Conozca el lado bueno de (a veces) ser el malo

Cuál más, cuál menos, todos, alguna vez, violamos las "buenas normas" del código de conducta de la sociedad. Actitudes que han sido tan importantes para la evolución humana que, sin darnos cuenta, nos resistimos a cambiarlas
LOS expertos en evolución lo afirman, aunque nosotros levantemos una ceja al escucharlo: los seres humanos somos altruistas y solidarios. La razón de esta certeza es simple: si no lo fuéramos, no habríamos sobrevivido como especie, construido comunidades ni formado enormes redes de cooperación. Sin embargo, algo no nos cuadra. Si estos son los rasgos que nos definen como especie, ¿cómo explicar los codazos al de al lado para triunfar o seguir cultivando rasgos como la mentira, el egoísmo y la codicia? La respuesta la da la antropología: estas características han sido tan necesarias para nuestra especie como aquellas que nos permiten empatizar con otros.
"Al mismo tiempo que nuestra especie exhibe sustancialmente más comportamiento prosocial que otros mamíferos, especialmente hacia individuos que no son familiares, para ella, los motivos egoístas siguen siendo igual de poderosos", dice a La Tercera, el antropólogo evolucionista de la Universidad de California en Los Angeles, Daniel M. T. Fessler. Y pone un ejemplo que lo aclara todo: "Si los individuos hubieran sido completamente altruistas, habrían dejado menos descendencia que aquellos individuos que a veces persiguen recursos a expensas de otros".
En efecto, si bien las conductas colaborativas tienden a ser más efectivas en el largo plazo, como escribió Richard Dawkins en su clásico libro El gen egoísta: las bases biológicas de nuestra conducta (1976), la evolución hubiera sido sencillamente imposible sin estas actitudes que, en cada ocasión, le dieron la ventaja a un individuo por sobre otro, una de las claves para el progreso de la especie. Es por eso que, aunque no nos demos cuenta y aunque incluso tratemos de alejarnos de un comportamiento que para la sociedad no es el más apropiado, no podemos hacerlo. Porque estos actos todavía constituyen una ventaja. En el trabajo, por ejemplo, donde hoy se supone que la formación de equipos es la clave, se ha demostrado que, a ratos, funciona mucho mejor comportarse "mal", sobre todo en el caso de los hombres. Un estudio de la doctora Victoria Brescoll, de la U. de Yale, lo comprobó, poniendo a prueba a dos grupos de sujetos y haciéndolos ver videos de dos candidatos a un puesto en una empresa. El tema de los clips era la evaluación de la pérdida de un cliente importante en un empleo previo. La mitad de los sujetos vio videos de un candidato agresivo que, enojado, culpaba a sus ex compañeros de trabajo del error. La otra, a un candidato que mostraba tristeza y arrepentimiento frente a la pérdida, o sea, que asumía su responsabilidad en la situación.
Sorprendentemente, a pesar de que asumir los errores parece ser lo más apropiado, el candidato agresivo fue evaluado como más competente: su actitud lo hacía más capaz de lidiar con grandes responsabilidades, dijeron los evaluadores.
Lo mismo ocurre con los hombres que se muestran más modestos en las entrevistas laborales, en las que pierden terreno frente a aquellos que parecen arrogantes, de acuerdo a un estudio realizado por la sicóloga de la Universidad Rutgers, Corinne Moss-Racusin. La especialista asegura en un artículo de la revista Focus que esto no tiene nada de raro: "Los hombres son premiados por su 'mal' comportamiento, porque calza con las expectativas que se tienen de la masculinidad".
Esta ventaja se manifiesta en otros indicadores, como el sueldo promedio o la capacidad negociadora. Según un estudio de Timothy Judge, de la U. de Notre Dame en Indiana, los trabajadores que se autodescriben como "desagradables" y "agresivos" ganan 18% más que aquellos que se describen como "amables". En el caso de las mujeres, las primeras ganan un 5% más que sus compañeras más amistosas.
Y la U. Northwestern probó que ser menos amable también entrega ventajas a la hora de cerrar contratos. En la investigación, Hajo Adam, un experto en comportamiento organizacional, le pidió a un grupo de voluntarios que tratara de vender contratos de teléfonos celulares a través de una conversación por chat. Supuestamente, al otro lado de la pantalla había otra persona, pero realmente sólo comandaba las respuestas un software especialmente diseñado. Cuando este programa entregaba respuestas como: "Voy a ofrecer 115 dólares, porque esta negociación me enfada", los voluntarios tendían a hacer más concesiones que cuando el software respondía: "El trato va muy bien hasta ahora, creo que ofreceré 115 dólares". Sin embargo, esta táctica no funciona siempre. El doctor Adam puntualiza que para que la rabia surta efecto, debe ser usada esporádicamente, ser bien dirigida al destinatario y ser empleada en contextos específicos.
El sicólogo Wesley Moons, de la U. de California, mostró que esta emoción mejora la capacidad de las personas para tomar decisiones acertadas en determinadas pruebas. "Las emociones negativas nos sirven para percibir que 'algo está mal'. Tendemos a prestar más atención a las cosas cuando estamos bajo ese estado", dice a La Tercera.
Nos gusta el "mal comportamiento"
En 2001, el profesor de Economía de la Escuela de Negocios de Harvard, Terry Burnham, y el de Biología de la Ucla, Jay Phelam, lanzaron el libro Genes malvados. Ahí explican que muchas de las conductas que buscamos evitar, desde la infidelidad hasta la codicia, están marcadas en nuestros genes o, más bien, en la herencia evolutiva de nuestra especie. Esta hace que repitamos conductas que en algún momento fueron sumamente provechosas, pero que hoy no son aceptadas por la sociedad. A la vez, esta es la razón del magnetismo que ejercen sobre nosotros aquellos que se comportan mal: sabemos que ellos tienen, de alguna forma que no comprendemos, ventajas sobre el resto y queremos estar de su lado.
Los estudios han probado, por ejemplo, que el típico "chico malo", encarnado en el cine por actores como James Dean, es el que tiene más éxito con las mujeres. En el corto plazo, al menos. El narcisismo, los rasgos sicopáticos y el maquiavelismo son conocidos por la sicología como la "tríada oscura". Peter Jonason, de la U. Estatal de Nuevo México, descubrió que los hombres que puntúan alto en esta tríada tienen más suerte consiguiendo sexo, aunque no necesariamente relaciones de largo plazo. El investigador dice a La Tercera que si las mujeres eligen a estos hombres sería, probablemente, porque les ofrecen la emoción que las mujeres que también puntúan alto en estos rasgos, necesitan.
Tan grande es el poder que asignamos a las personas de "mal comportamiento", que incluso percibirnos "malos" nos hace sentir con más fuerza. En un estudio de la U. de Minnesota, por ejemplo, realizado por la experta en consumo Kathleen Vohs, se entregó a un grupo de personas una cantidad de billetes para contar antes de sumergir sus manos en agua caliente. ¿El resultado? Los voluntarios sentían menos dolor que el grupo al que sólo se le entregó papeles blancos. Aún más sorprendente, Kurt Gray, del laboratorio Maryland Mind, Perception and Morality, encontró que quienes piensan en hacerle daño a otra persona se sienten poderosos a tal punto, que son capaces de realizar un ejercicio más intenso en las pesas que aquellos que piensan en hacer una buena acción.

Fuente: La Tercera